
Recuerdo con cariño y nostalgia el sonido del Molino del café por las mañanas nada más despertar (se molía cada mañana el depósito entero nada más levantarse, se llenaba la caldera y encendía la cafetera que va con gas)
30 años hace ya de eso, el café costaba 75 pesetas (para los jóvenes 45 céntimos al cambio).
Ya no están el bisabuelo ni los abuelos, ya no hay el bullicio de la gente ni los golpes de manos sobre el tapete arrastrando o cantando las cuarenta o piezas de dominó, ya no suena ese molino cada mañana nada más que en mi memoria y esos portafiltros hace tiempo que no golpean el cajón para vaciarse…
Pero ahí sigue, inmóvil, pesada… Resistente. Siendo una hermosa prueba de tiempos mejores, tiempos en los que la vida era más sencilla, menos fugaz, días en los que la gente hablaba entre sí cara a cara, tiempos en los que la única manera de hablar con la chica que te gustaba era llamando al timbre o por teléfono y siendo atendido primero por su padre.
Éramos ricos sin saberlo..

